escribe Oberdán Rocamora
Redactor Estrella, especial
para JorgeAsisDigital.com

El presidente Javier Milei, El Menem Trucho, supo acaparar, en menos de quince días, su firme vocación por animar la centralidad.

Entre las novatadas infantiles, como emitir el discurso inicial “de espaldas al Parlamento”, tuvo el brote de sabiduría primaria para designar a un Menem legítimo al frente de la Pajarera de los Diputados.

Es Martín Menem, hijo de la señora Susana y de don Eduardo, El Hermanísimo. Inapelable como acierto.
Para lanzarse inmediatamente después a competir, con aquel admirable transformador, en el tramo sutil de las transformaciones.

Pero Carlos Menem, El Emir, tenía apenas, como manto protector, al Partido Justicialista.

Y al fiel Alberto Kohan, El Frate, que caminaba detrás del Emir con la libreta negra donde figuraban “los cinco mil puestos que tenía para repartir”.}

Aparte, el Emir contaba con el detalle accesorio de haber ganado tres veces la gobernación de La Rioja (’73, ’83 y ’87).
Con la yapa de haber estado seis años preso. Caja de empleados.

Y con la proeza posterior de haber históricamente humillado, en la interna de 1988, a don Antonio Cafiero, Tony Sanardi.
Significa confirmar que -lo que al “maestro” Carlos Menem le había costado en los ’90 casi dos años de esfuerzos-, el discípulo inspirado se proponía encararlo en las primeras dos semanas.

Fue exactamente durante la segunda semana cuando Milei decidió marcar la exacta diferencia.

Aprovechó el impertinente desafío emocional de Eduardo Belliboni, El Trosko Conmovedor, para sacarle tarjeta amarilla, antesala de la tarjeta roja (que implica expulsión de la cancha).

Sin asustarse por la provocación del revolucionario vibrante, con astucia infinita Milei prefirió habilitar la movilización multitudinaria de los policías Federales y Municipales. Con el propósito de obstruir al bullicioso grupo de militantes de la izquierda romántica que pretendía manifestar sus angustias existenciales.

Mientras tanto, desde el Departamento de Policía, Milei controlaba a los díscolos, aunque protegido por tres poderosos “edecanes”.

Las señoras Bullrich y Petovello, y la señora Karina, La Hermana Tarotista.

En simultáneo, el Menem Trucho ya se había asegurado la parsimonia del «prime time» para vociferar, durante la noche, la primera cadena nacional. Rodeado por la totalidad del “gabinete” y con el agregado de Federico Sturzenegger, El Bailarín Compadrito. Una suerte de director técnico justamente ataviado con el vestuario insólito del turista veraniego que pasaba “por Balcarce a saludar”.
El objetivo de Milei, milimétricamente calculado, consistía en oficializar el decretazo del que aún se habla.

E impedir, en especial, que al día siguiente, en los medios, se osara comentar la algarada desafiante de Belliboni.

Fracasos fundacionales

“Milei también tiene derecho al fracaso” (fue título del portal, 17/10/23).

Setenta días después, la profecía irónica ya podía constatarse.

Sin escalas irritantes, la presidencia de Milei conduce al próximo desperdicio nacional. Al choque reiterado de la calesita.

Entonces el colapso libertario se sospecha. Se espera. Se percibe.

Son las vísperas del probablemente definitivo desencanto institucional.

El amateurismo oscilante del “equipo de Milei” es apenas superado por la destreza colectiva para simular la improvisación.

Las efectivas consignas iniciales de campaña resultaron al final intrascendentes. Pero motivaron la repentina adhesión de gran parte de la sociedad penosamente harta de los desaciertos que signaron los ciclos precedentes.

Los sucesivos fracasos fundacionales facilitaron el abordaje hacia la presidencia del carismático panelista que se las ingenió para confundir la redituable penetración en el rating televisivo con los atributos del personaje naturalmente dotado para el ejercicio del poder.

Otra decepción lacerante.

En poco menos de un mes conmovía confirmar que la presidencia de Milei podía -en efecto- naufragar.

La bolsa inagotable de nada

Infinitamente menos que una administración de expertos, el gobierno de Milei es un efectivo simulacro.

Un ensayo desangelado de orquesta autoritaria que admite la opaca cotidianeidad del show eterno.

Con histrionismo imprevisible, el panelista de Intratables logró imponer los encantos excesivos de su temperamento.
Fue suficiente para despojar, a La Doctora, del atributo de la centralidad.

O para vencer en el combate electoral a Sergio Massa, El Profesional, sigiloso benefactor desde el principio.
O para ningunear patéticamente a Alberto, El Poeta Impopular (ya casi justamente olvidado).

Con alaridos insustanciales -la fábula de la dolarización, la motosierra o la pulverización del Banco Central- el Menem Trucho supo tempranamente resignificarse como el verdadero animador de la campaña electoral. Ventajas de lanzar ideas descabelladas.

Plácidamente -en el bolso inagotable de nada- Milei logró introducir a la señora Patricia Bullrich, La Montonera del Bien, competidora sustancial que hegemonizaba la alucinante fantasía del cambio.

Pero hoy Bullrich es apenas la ministra “halcona” de Seguridad, para feroz desconsuelo de la señora Victoria Villarruel, La Cayetana (Álvarez de Toledo).

Y Milei pudo acomodar también, en «el bolso» al instrumentador Mauricio Macri, El Ángel Exterminador.
A través de la intensa Montonera, Mauricio -el Domador de Reposeras- se propuso exterminar a quien había sido, durante décadas, el “mejor empleado del mes”.

Horacio Rodríguez Larreta, Geniol, el disruptivo que había osado disputar el liderazgo de la Mutual PRO.

La cuestión es que pronto todos los bocetos minimalistas de estadistas que se apuntaban para el fracaso ingresaron paulatinamente en «el bolso inagotable de nada de Milei».
Desde el tramo misericordioso de Alberto, hasta al lapso desperdiciado y decepcionante del Ángel.

Y el Panelista tuvo hasta la algarabía de encontrar espacio, en el bolso de la nada, para los tres desbordes anteriores del maléfico kirchnerismo (patología responsable de la catástrofe que reprodujo el estancamiento de Argentina, hasta situarla, en efecto, detrás de Venezuela).